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Siento cólera contra los musulmanes militantes y extremistas que secuestraron una religión dinámica y pacífica.

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Un manifestante pro islámico con policías británicos al fondo. Trafalgar Square, Londres, 25 agosto 2002. Ian Waldie

Un musulmán gay recuerda el 11-S

por Faisal Alam

11 SEPT. 2002. El 11 de septiembre de 2001 está grabado indeleblemente en las mentes de las gentes en todas partes del mundo. Ese día, nuestras vidas hicieron alto bruscamente y nos preguntamos, aquí en los Estados Unidos, qué cosa había fallado. Al reflexionar ahora sobre todo lo que ha ocurrido en el mundo este último año, siento una mezcla de cólera, tristeza y agotamiento.

Cólera contra los musulmanes militantes y extremistas que secuestraron una religión dinámica y pacífica y utilizaron el nombre de Dios para justificar sus acciones. Cólera ante un mundo en el que se están destruyendo las libertades civiles y en el que resuenan los gritos de batalla en nombre de la “guerra contra el terrorismo”.

Tristeza por la pérdida de tantas vidas, tanto en aquel día fatídico como en nuestra guerra subsiguiente contra los “malhechores”, una guerra en la cual los llamados “daños colaterales” se desechan como si fuesen un pedazo de papel que se arrojase a la basura.

Agotamiento, de alma, espíritu, cuerpo y corazón, ante las noticias de que están aumentando los delitos motivados por el odio, la verborrea del odio y la xenofobia que vomitan nuestra prensa y demás medios de comunicación. Y de que sigue la represión contra la gente lgbt (lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros) en todo el mundo, perpetrada por regímenes tiránicos que el gobierno de los Estados Unidos ahora legitima.

En cuanto me enteré de que los ataques terroristas habían sido cometidos por un grupo de gentes que se decían musulmanes, me dí cuenta de que las vidas de la mayoría de las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transgéneros musulmanes iban a cambiar drásticamente y que mi labor con Al-Fatiha, la organización internacional lgbt musulmana, habría de redoblarse.

La misión de Al-Fatiha, que es apoyar a los musulmanes lgbt que están  esforzándose por reconciliar su orientación sexual o identidad de género con su religión, era ahora más importante que nunca. Y nuestra labor de educar a la comunidad lgbt en general sobre nuestra religión islámica adquiría también un significado nuevo y urgente.

Este último año le he enviado cartas a los directores y columnistas de incontables periódicos lgbt rogándoles que no sucumban a la islamofobia, al miedo irracional del Islám y los musulmanes. También me han entrevistado decenas de periodistas de todo el mundo acerca de los retos que enfrenta nuestra comunidad.

En mis viajes al extranjero y por todos los Estados Unidos, ciudad tras ciudad, he hablado ante miles de personas sobre el aumento de los casos de asilo, el miedo de “salir del armario” como gay y, a la vez, como musulmán, las entrevistas “voluntarias”, los fichajes raciales y étnicos en los aeropuertos y las carreteras, el miedo al arresto y a la deportación y la preocupación por la suerte de nuestros familiares y amigos en el extranjero.

He escrito por lo menos media docena de cartas en apoyo de casos de asilo en un mundo en el que la libertad es hoy más preciosa que nunca. Y me he reunido con cientos de lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros musulmanes en ciudades a lo largo y ancho de los Estados Unidos para conversar sobre las reacciones violentas en contra nuestra y otras secuelas del 11-S.

El mundo ha cambiado desde el 11 de septiembre. La “guerra contra el terrorismo” ha convertido a nuestras comunidades en campos de batalla. Y el logro de un entorno propicio para la paz, la justicia social y la tolerancia, tres principios esenciales del Islam y de la misión de Al-Fatiha, parecen mucho más distantes hoy que hace un año.

A la vez, los musulmanes lgbt hemos empezado a reconocer hoy el papel singular que desempeñamos en este mundo post-11 de septiembre. Muchos en los Estados Unidos han recién descubierto su identidad musulmana o se han vuelto a conectar con su herencia espiritual y religiosa, probando, a la vez, que son tan “americanos” como el que más.

El mundo de los activistas gays musulmanes también parece haberse reanimado. En países que son predominantemente musulmanes se siguen atropellando los derechos humanos de las minorías sexuales. La comunidad musulmana lgbt está denunciando hoy con renovado vigor esas injusticias y otras que cometen los regímenes autoritarios. Hay cada vez más musulmanes lgbt que denuncian la ocupación ilegal de las ciudades y pueblos palestinos por el estado de Israel y que instan, en su lugar, a la justicia y la coexistencia pacífica entre israelíes y palestinos.

Los musulmanes lgbt estamos participando en las manifestaciones y protestas contra la guerra y contra la globalización, conscientes de que esta nueva “guerra contra el terrorismo”, que nada tiene de nueva, es en realidad la vieja guerra expansionista de los imperios comerciales en busca del acceso garantizado al petróleo, a expensas de la democracia, los derechos civiles y las libertades.

Como musulmán gay, este 11 de septiembre seguiré estando de luto por todas las vidas que se han perdido desde que el primer avión se estrelló contra las Torres Gemelas del World Trade Center. Por las vidas perdidas en Nueva York, en el Pentágono y en el avión que se estrelló en Pensilvania. Por las vidas de los cientos de personas que han perecido en Afganistán en la “guerra contra el terrorismo” desencadenada por el gobierno de los Estados Unidos.

Hoy, al igual que miles de personas en todo el mundo, participaré con mi vela encendida en una vigilia en pro de la paz y en un mítin de protesta contra la inminente guerra contra el Iraq. Voy también a reflexionar sobre este año que ha transcurrido, lleno de pruebas y tribulaciones, pero también lleno del apoyo y el sentido de comunidad que me han dado muchas gentes de todas partes del mundo.

En un mundo que parece lleno de cólera y odio, lo único que nos permite lograr cierta tranquilidad de ánimo es la convicción de que, a la postre, los que defendemos la no violencia y la armonía vamos a triunfar. Mientras tanto, los musulmanes lgbt de todo el mundo, entre los que yo me cuento, proseguiremos nuestra búsqueda de una auténtica justicia social mediante la visión progresista de un mundo en el que se aprecie por igual a todos los seres humanos.

Faisal Alam es un musulmán de ascendencia paquistaní, de 25 años de edad, que se identifica como gay y trabaja en la esfera del VIH/SIDA. Es el fundador y director de Al-Fatiha, una organización internacional dedicada a los musulmanes lgbt y sus amigos. Se ocupa también de cuestiones de derechos humanos, inmigración y derecho al asilo y organización de la juventud lgbt.

Enlaces:

Para Al-Fatiha, una organización dedicada a los musulmanes lgbt y sus amigos. En inglés solamente.

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