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EE.UU.
La última palabra sobre The Gully
Nuestro primer número se publicó el 6 de febrero de 2000, a pocas semanas de haberse convertido el niño cubano Elián González en manzana de la eterna discordia entre su país y los Estados Unidos. En nuestros primeros números destacamos la batalla del padre de Elián, un cubano residente en Cuba, por que le devolviesen a su hijo. El pequeño de apenas seis años de edad, único sobreviviente de un naufragio en el que murió su madre al tratar de dejar la isla, había sido entregado por las autoridades estadounidenses a parientes de Miami. Abordamos el drama de Elián desde muchos ángulos, entre ellos el de identidad sexual y nacional, así como el de las batallas por la custodia de hijos menores. Examinamos también el tema racial, subrayando cómo las leyes de inmigración de EE.UU. favorecían a los cubanos por encima de todos los demás, sobre todo de sus vecinos haitianos. Y hablamos sobre la ley. En el caso de Elián, los convenios internacionales no dejaban lugar a dudas: el niño tenía un progenitor vivo, su padre, y debía ser devuelto a él aunque Fidel Castro fuese un dictador y un tirano, como los actores estadounidenses del drama no cesaban de recordarnos. Para los escritores de The Gully, la cuestión era mucho más simple. Los Estados Unidos eran una democracia donde existía el imperio del derecho. Y la ley era la ley. No se podían crear excepciones porque a uno no le gustase Cuba. En cuanto a lo de que Cuba era una dictadura, los Estados Unidos deportaban todos los días a la gente a lugares mucho peores que Cuba y al hacerlo separaban a menudo a las familias. Esos deportados y rechazados, ¿acaso no contaban también? Después de lo de Elián, he reflexionado mucho sobre la ley. No sobre los detalles específicos de tal o más cual ley, sino sobre los conceptos abstractos de democracia e imperio del derecho. Hasta entonces, mi activismo había sido totalmente pragmático y orientado al logro de metas concretas. Cuando se excluyó a las lesbianas y los gays irlandeses de la parada del Día de San Patricio en Nueva York, fui de los primeros en ayudarlos a protestar en la calle exigiendo inclusión. Cuando una radioemisora neoyorquina en español insultó a gays y lesbianas, ayudé a la toma pacífica de la estación. Nunca me puse a pensar cómo todos estos sucesos se conectaban entre sí, cómo el principio de igualdad a toda costa que es fundamento de la democracia era una promesa que, un día, habría de liberarnos a nosotros, lesbianas, gays y transgéneros estadounidenses, del fardo de la homofobia en las costumbres, la historia y la religión, para garantizar nuestra igualdad social y jurídica. La batalla por Elián ocurrió justo al inicio del nuevo milenio, un año antes del 11 de septiembre de 2001. O sea, en un pasado que hoy nos parece remoto, en un mundo hoy desaparecido. Releyendo ahora algunos de nuestros artículos sobre Elián, veo que incluso citábamos convenios internacionales que los Estados Unidos habían ratificado, como el Convenio sobre el secuestro internacional de menores y la Convención sobre el Derecho del Niño. En la actualidad, hay que ser muy aficionado a la ironía para escribir un artículo defendiendo algo en nombre del derecho internacional, si uno es ciudadano estadounidense. A tal punto los Estados Unidos se han burlado del derecho internacional desde que empezamos a publicar nuestra revista. Me cuesta trabajo escribir editoriales. Para hacerlo bien hay que indignarse un poco primero y después, cosa más difícil, hay que invocar algún tipo de autoridad moral. Últimamente, mi conexión con la autoridad moral es tan tenue que ni para exigir el cambio correcto en el supermercado me sirve. Bombardeamos a Irak y nos convertimos en potencia ocupante. Torturamos a prisioneros en Abu Ghraib y ahora en cuanto lugar se nos ocurre, siempre y cuando esté situado a una distancia conveniente de los Estados Unidos de América, nuestro país. Como en Guantánamo. Qué ironía que cada día nosotros, los estadounidenses, utilicemos el suelo cubano para encarcelar a cientos de hombres sin juicio y sin una auténtica representación legal. Igual que Fidel Castro, a quien tanto nos complace tachar de demonio. Como él, relegamos a la gente a las cárceles más miserables de la isla y como él lo hacemos en nombre de un bien mayor. Podría señalar al prójimo con el dedo de manera acusatoria y decir que es aquél y no yo el perpetrador de tanto desmán. Ése ha sido siempre uno de los defectos de la izquierda estadounidense: creer que por sustraerse a nuestro destino común van a lograr la absolución. Una de las cosas que he querido expresarles a mis compatriotas con esta publicación es que nuestro país se alzará o se derrumbará con todos y a causa de todos. Para salvar a nuestro paísa cualquier país del patriotismo de derecha, tenemos que reclamar al país nosotros mismos. Yo que abrazo a mi país en toda su complejidad, me desperté un día convertida en torturadora y tirana. Peor que en mi peor pesadilla. En nombre de la patria y de Dios. O, aún más siniestro, en nombre de los muertos del 11 de septiembre. Aunque desde aquel día fatídico los gays y las lesbianas hayamos avanzado fenomenalmente en EE.UU. en materia de unión civil, matrimonio en Massachussets, abolición de la ley contra la sodomía en Tejas y otras cuestiones, deberíamos sentirnos alarmados ante el deterioro de los instrumentos del activismo. El derecho a la expresión está en peligro, igual que el derecho de reunión, el de protestar e incluso el de planear hacerlo. Hoy más que nunca, los activistas tenemos que considerar la lucha en pro de los derechos de lesbianas, gays, bi y transgéneros a la luz de los acontecimientos a nivel nacional y mundial. Día a día aumenta el poder de la censura, no sólo en manos de los partidarios de la represiva Ley del Patriota estadounidense, sino en nuestras propias comunidades e incluso, cosa aún peor, en nuestras mentes. Nos mentimos a nosotros mismos y nos mentimos los unos a los otros. El antídoto es el respeto del derecho a la expresión, el apoyo a una diversidad de voces como la de la parlamentaria holandesa Ayaan Irsi Ali, una ex musulmana que ha tenido que esconderse por haber criticado al Islam. A raíz del coro de censura mundial que se alzó ante las polémicas caricaturas danesas que satirizan a Mahoma, Ayaan Hirsi Ali dijo el mes pasado en Berlín: "Estoy aquí para defender el derecho a ofender. Estoy convencida de que esa empresa vulnerable llamada democracia no puede existir sin libertad de expresión, sobre todo en los medios de comunicación. Los periodistas no deben renunciar a su obligación de ejercer la libertad de expresión, que se le niega a tanta gente en otros hemisferios" Hoy más que nunca las palabras son necesarias. Palabras con sentido, palabras complejas y matizadas. Palabras de gente capaces de oler a distancia el hedor de la necedad y el miedo. Palabras de gente que no le tengan miedo a la esperanza. Lo que está en juego es cada día más grande. Hacen falta ideas y hacen falta urgentemente. Hacen falta voces, mientras más, mejor. Tenemos que despertarnos. No digamos "ellos" sino "nosotros". Los Estados Unidos están apenas a 90 millas de Cuba. Consideremos a Fidel Castro como modelo negativo. Leamos sus discursos tempranos, con sus exigencias radicales de libertad e igualdad. Recordemos lo fácil que es perder de vista las buenas intenciones y convertirse en el monstruo que uno teme. ENLACES
La Opinión: La nominación de Alberto Gonzales
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