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El activista que hace la pregunta impertinente, o que manifiesta ruidosamente en la calle, corre menos riesgos en Nueva York, hasta ahora.

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En un acto de solidaridad panamericana, Act Up-NY publicó este anuncio en La Nación de Buenos Aires en 1991. Clique aquí para ampliar.

Solidaridad gay panamericana

Pidiéndoles cuentas a los poderosos

2 ENERO 2003. Cada año, decenas de presidentes y aspirantes presidenciales latinoamericanos visitan Nueva York. Van a la ONU, o en peregrinaje financiero a Wall Street, o a recabar votos o fondos electorales de sus compatriotas inmigrantes.

Nueva York, capital mediática del mundo, es el lugar ideal para acorralar a estos señores y pedirles cuentas por la represión de las lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros en sus países.

La pregunta pública que en, digamos, Quito, San Salvador o Tegucigalpa el señor presidente quizás pueda darse el lujo de ignorar, o contestar socarronamente, apañado por una prensa local que silencia a la gente lgbt, en Nueva York tendrá que contestarla en serio, so pena de crearse una imagen de cavernícola a nivel mundial.

El activista que hace la pregunta impertinente, o que manifiesta ruidosamente en la calle, corre menos riesgos en Nueva York, hasta ahora, que en muchos lugares de Latinoamérica.

El apoyo de activistas de Act Up-NY a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) en 1990-1991 es un ejemplo del gran impacto que puede tener esta solidaridad panamericana.

El activista argentino- neoyorquino Alfredo González, uno de los organizadores de aquella campaña, conversó con The Gully a raíz de la aprobación de la Ley de Unión Civil gay de Buenos Aires, propuesta por la CHA, una victoria que, dice, “es el resultado de una labor de varios años de muchas organizaciones lgbt de Buenos Aires, no sólo de la CHA”.

THE GULLY: Cuéntanos cómo fue la campaña de apoyo de los activistas neoyorquinos a la Comunidad Homosexual Argentina en 1990.

ALFREDO GONZÁLEZ: Empezamos a trabajar alrededor de la personería jurídica de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) a finales de 1990 dentro del Comité Latino de Act Up-NY. Fue también en esos días que creamos Act Up Américas. Lo primero que tramamos fue una manifestación frente al consulado argentino en Nueva York, que habría de realizarse el 6 de febrero de 1991.

El Comité Latino era un grupo cerrado, para latinos solamente, mientras que Act Up Américas se creó como un “grupo de afinidad”, abierto a quien quisiera trabajar sobre el asunto del SIDA en todo el continente. Por supuesto, como había nacido en el Comité Latino, en realidad nuestro interés práctico era Latinoamérica.

Creamos Act Up Américas porque, por un lado, no todo el Comité Latino tenía el mismo interés que nosotros en ese trabajo y, por otro, había gente que quería trabajar en esto pero no quería estar en el Comité o no podía porque no eran latinos.

Algunos de los nombres en Act Up Américas que me vienen a la memoria en este momento son Sam Larson (hijo de misioneros suecos, nacido en la India y criado en la provincia de Catamarca: para mí, otro argentino), Carlos Maldonado (boricua), Jairo Pedraza (colombiano), Luis (Popo) Santiago (boricua), Eloísa Tennenbaum, una chica del distrito neoyorquino de Staten Island que, como estudiante de Frances Fox-Piven, había hecho trabajo en el terreno en Buenos Aires para su diploma de posgrado en ciencias políticas, Luis Vera (venezolano) y Gustavo Vianna-Biehler (argentino). Había mucha gente que nos apoyaba desde el Comité Latino y la membresía general de Act Up, pero éstos son los que mejor recuerdo.

Preparativos para la acción
Combinamos la manifestación del 5 de febrero de 1991 frente al consulado argentino con la solicitada en La Nación (el Clarín no quiso ponerla).

Este fue el trabajo casi exclusivo de Vianna-Biehler. Él se encargó de hacer los llamados, discutir el precio y el diseño (creo que de Luis Vera) y cuando todo estaba planchado, cerrar el trato. Act Up-NY pagó por la solicitada, para lo cual tuvimos que ir a la asamblea general de los lunes y pedir la plata.

Como Act Up tenía mucho interés en no ser visto como una organización solamente gay tuvimos que enmarcar nuestros esfuerzos en la lucha contra el SIDA, rescatando la posición única que tiene una organización con base en la comunidad para trabajar en prevención.

Después de nuestra presentación hubo un debate en el que algunos estuvieron en contra, pero cuando llegó el momento de votar, ganamos. No era poca plata la que pedimos, y nos dieron, sino alrededor de $6,000, si no me equivoco.

En enero de 1991 viajé a Argentina llevando medicamentos contra el VIH e infecciones conexas, unos volantes diseñados por Marcelo Llorens, otro argentino, que anunciaban la manifestación del 5 de febrero ante el consulado argentino de Nueva York, y un poco de plata.

Todo esto lo dejé en manos de Rafael Freda, entonces vicepresidente de la CHA, con quien habíamos estado en contacto. Durante ese mes también se juntaron cartas al presidente de la República Argentina, Carlos Menem, pidiendo la personería jurídica para la CHA.

El cónsul estaba que ardía
Popo Santiago había concertado una entrevista para el día de la manifestación con uno de los cónsules menores argentinos. Había pedido una con el cónsul general, pero aparentemente a éste no le había parecido que nuestras demandas merecieran tal jerarquía.

Para sorpresa nuestra, sin embargo, cuando llegamos al consulado se nos informó que el cónsul general, un señor cuyo nombre no recuerdo pero cuyo segundo apellido era Sarmiento, quería hablarnos.

La noche previa a la manifestación alguien había pintado en la fachada del consulado unos esténsiles muy bonitos que combinaban el sol de la bandera argentina y otros símbolos con consignas favorables a la CHA y el cónsul general, nos dijeron, estaba que ardía.

Mientras estábamos esperándolo en compañía del cónsul menor, éste nos explicó lo delicado del problema, dado que Argentina era por entonces uno de los “países aliados” (era la época de la operación “Tormenta en el Desierto” y de hecho tenían el mapa de Irak en la pared).

Cuando entramos a la sala donde nos recibió el cónsul general nos sentamos alrededor de una larga mesa de madera oscura. El cónsul estaba acompañado por una mujer que durante toda la entrevista demostró ser mucho más inteligente que él. Por nuestro lado, éramos Popo Santiago, otro argentino cuyo nombre no recuerdo y yo.

El cónsul estaba muy enojado por el “ataque” contra el edificio del consulado y repetía que en treinta años de vida diplomática jamás le había pasado algo así. La reunión comenzó antes que llegaran los manifestantes, o sea que durante la misma comenzaron a oirse las consignas y los cantos. El cónsul se levantó repetidas veces para mirar por la ventana el espectáculo que los manifestantes estaban dando abajo.

Aparte de expresar su desagrado por las pintadas, el cónsul dijo que esperaba que no hubiéramos ido con intenciones de infectarlos. Se le tuvo que explicar que el VIH no se transmite por estar sentado con alguien alrededor de una mesa.

También le entregamos a la mujer las cartas que habíamos juntado exigiendo la personería jurídica para la CHA. El cónsul expresó que había otras enfermedades endémicas como el mal de Chagas, de mayor importancia para la salud pública de Argentina.

Después de amenazarnos con denunciarnos como autores intelectuales del “ataque” a la sede consular y de lamentarse interminablemente por ello, nos despedimos, a instancias de la mujer.

Evita cachapera
El 5 de febrero de 1991 fue un día inusualmente cálido para esa época del año en Nueva York. La manifestación estaba pautada para el mediodía, hasta las dos de la tarde. Unas cien personas se dieron cita.

Las pancartas la tenían a Mafalda demandando personería jurídica para la CHA y eslogans tales como "Si Evita viviera sería cachapera". Los manifestantes llevaban pañuelos rosa sobre la cabeza, emulando a las Madres de la Plaza de Mayo.

Durante las dos horas que manifestamos se pudo ver la cabeza calva del cónsul general asomándose con ansiedad por una de las ventanas más altas del edificio. Funcionarios del consulado sacaron fotos y videograbaron a los manifestantes, según era el modus operandi de las sedes diplomáticas argentinas desde los años setenta.

La manifestación fue cubierta por el canal 47, uno de los dos canales en español de Nueva York.

Menem en gira triunfal
A principios de noviembre de ese año recibimos un llamado de Enrique Asís, un argentino residente en San Francisco, diciéndonos que el presidente Carlos Menem estaba en los EEUU anunciando que Argentina era un país industrializado y democrático del primer mundo. En su gira triunfal, Menem iba a pasar por Nueva York, después de visitar Washington, e iba a hablar a los estudiantes de Columbia University en una de las salas de la Escuela de Asuntos Internacionales.

Durante el paso de Menem por Washington, Michael Petrelis, un miembro de Act Up-NY que había participado en la manifestación frente al consulado neoyorquino, consiguió desviar una marcha hacia un edificio donde daban una recepción en honor del presidente Menem. Bajo los balcones, los manifestantes cantaron cánticos alusivos a la situación de la CHA.

Unos días antes de la sesión de preguntas y respuestas de Menem con los alumnos de Columbia, invitamos a los miembros de Act Up-NY a manifestar frente al edificio de la Escuela de Asuntos Internacionales.

Evidentemente, se nos había pasado el cuarto de hora con Act Up. Habían pasado ya nueve meses desde la acción del consulado y ahora habíamos tenido poco tiempo para planear y anunciar esta nueva acción. No esperábamos, pues, que muchos compañeros asistieran a la manifestación.

El día anterior a ésta tuvimos una reunión en el local de trabajo de Act Up. Unos minutos antes de que comenzáramos llegó un hombre argentino que dijo ser enfermero, tener una hija adolescente en Argentina y estar preocupado por el asunto del SIDA. Quería ver si lo podíamos ayudar.

Le dijimos que sí, por supuesto, le dimos acceso a nuestros archivos y le dijimos que si encontraba algún material que le interesara podía sacarle fotocopias. Allí lo dejamos y nos encerramos en un cuarto a planear lo del día siguiente. Cuando terminamos nuestra reunión el tipo no estaba, ni nos había dejado una nota.

“Íbamos a pararnos sobre las sillas”
Al día siguiente, como lo esperábamos, éramos sólo cinco en Columbia University. Dejamos a Anthony Marcus en la puerta con diez pancartas y los otros cuatro subimos.

El plan era sentarnos en dos pares: Popo Santiago y Jairo Pedraza adelante a la izquierda y Eloísa Tennembaum y yo atrás a la derecha. No esperábamos que Menem respondiese nuestras preguntas. Yo iba a hacer la pregunta primero, después otro, y después otro. Si al cabo de cuatro preguntas no teníamos respuestas, íbamos a pararnos sobre las sillas, armar un escándalo y desparramar volantes alusivos.

Cuando Menem entró seguido por la prensa argentina y sus guardaespaldas, entre estos últimos estaba el “enfermero” que nos había visitado la noche anterior en el local de trabajo de Act Up y desaparecido misteriosamente después.

Levanté la mano y me quedé parado esperando mi turno. Le pregunté a Menem cómo es que días antes él había acusado a Fidel Castro y a Cuba de no respetar los derechos humanos cuando los homosexuales argentinos tampoco los teníamos. Prueba de ello era que en la Argentina a la CHA se le negaba el derecho a representarse legalmente.

Menem contestó que la personería jurídica de la CHA ya había sido otorgada. Esto me tomó a mí y a muchos otros por sorpresa. Cuando me senté, Eloísa me preguntó al oído, "¿Me paro sobre la silla?" "No creo que haga falta", le contesté.

No creo que Menem tomó la decisión de otorgarle la personería jurídica a la CHA en ese momento, pero sí que desde ese momento quedó comprometido frente a la prensa y el público.

Poco después, la Corte Suprema argentina volvió a denegar la petición de la CHA, pero el 15 de enero de 1992, en su mejor estilo autocrático, Menem revocó el fallo de la Corte con una decisión unilateral y la CHA consiguió lo que quería.

Una imagen que describe lo que hicimos para la CHA desde Nueva York es la de una inmensa roca que por muchos años una multitud empujó lentamente hasta el borde de un abismo y en Nueva York nos tocó darle el empujoncito final. Lo que llamo “el empujoncito” fue obligar a Menem a hablar públicamente de la situación de la CHA.

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