Homofobia = violencia política
El odio que se desentiende de la razón.
Por Norma Mogrovejo


Primera manifestación del orgullo gay y lésbico en Santo Domingo, 1 julio 2001. Andres Leighton

Homofobia
Homofobia = violencia política

Homofobia en América Latina
Parte 1: De Porfirio a los Montoneros
Parte 2: Técnicas del odio

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Lecturas
Carlos Bonfil: “La disidencia sexual y los misioneros del odio”. En: De amores y luchas. Diversidad sexual, derechos humanos y ciudadanía, Jorge Bracamonte, ed. Universidad de San Marcos. Lima, 2001.

Adrienne Rich: “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence”. En: Signs 5, 1980.

Monique Wittig: “The straight mind”, 1980.

8 MARZO 2003. No hay país que detente el monopolio del desprecio hacia los homosexuales. A la violencia ejercida en su contra por el solo hecho de ser diferentes se le denomina homofobia.

La homofobia es el odio que se desentiende de la razón. Un odio que para afirmarse y validar su salvajismo y su socarronería no requiere de explicaciones teóricas o justificaciones morales. No tiene tras de sí, como el antisemitismo, la condena de la Historia, ni hay mausoleos para sus víctimas que son numerosas y que en los campos de concentración nazi portaban un triángulo rosa.

La violencia contra lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales (LGBT) es una tradición muy antigua. Existe desde que la sociedad patriarcal incorporó la homofobia a sus valores y a su autoconstrucción. En casos extremos, se ha llegado al exterminio de los homosexuales. Las prohibiciones, la persecución y los castigos han convertido a la existencia LGBT en una historia de clandestinidad y resistencia.

Del pecado a la enfermedad
El catolicismo comienza con San Pablo a condenar a las mujeres “que han cambiado el uso natural por el uso contra natura”. En 1270 aparece en un código francés la primera ley secular en contra del lesbianismo, según la cual “la mujer que lo practica debe perder un miembro cada vez y a la tercera debe ser quemada”.

El pecado, esa norma social bendita en el cielo, se introdujo en el siglo XIV en el Concilio de Letrán debido a la necesidad de ordenar la sexualidad en Europa porque las plagas habían diezmado la población del área. A finales del siglo XVIII domina drásticamente la represión heterosexual. La figura del sodomita se confunde con la del hereje.

En el siglo XIX se le atribuye a la medicina, además del simple conocimiento de la enfermedad, el conocimiento de las reglas de discriminación entre lo normal y lo patológico. Por su desviación de la norma, la homosexualidad y el lesbianismo se convierten en enfermedad, se clasifican como patología. Es sólo en 1976 que la Organización Mundial de la Salud los desclasifica.

En las sociedades autoritarias, en la Alemania nazi, la Italia fascista, la Unión Soviética estalinista, la España de Franco, la Cuba de las UMAP, los homosexuales representan un lastre, el caso mayor de parasitismo social. En sociedades en transición democrática como las de América Latina en la actualidad, se reconoce, a regañadientes, que son parte del género humano y se les tolera, pero sólo a distancia y sólo si son discretos. La discreción, es decir, la ausencia de visibilidad, es la virtud capital del homosexual tolerado, su visa temporal al territorio de la normalidad.

Heterosexualidad obligatoria
Si la homosexualidad ha sido objeto de estudio y condena durante siglos, en los últimos decenios la crítica de la heterosexualidad ha cobrado impulso, en gran parte gracias a teóricas feministas y lesbianas.

A través de la historia, la visión de la homosexualidad como pecado, enfermedad o desviación apenas tolerada se ha basado en la idea de que la heterosexualidad es no sólo la norma, sino el estado natural del ser humano. En 1980, la poeta y feminista estadounidense Adrienne Rich cuestionó esa idea. Para Rich, lo que se denomina heterosexualidad es, en realidad, “heterosexualidad obligatoria”, un concepto y una institución que garantizan un modelo de relación social entre los sexos en el cual el cuerpo de las mujeres es siempre accesible para los hombres.

Rich duda que la heterosexualidad sea una “opción sexual” o una “preferencia sexual”, sosteniendo que no existen ni opción ni preferencia reales donde una forma de sexualidad es precisamente definida y sostenida como obligatoria. Las otras formas de sexualidad, por su parte, no deben ser comprendidas como alternativas libres, sino como vivencias fruto de una lucha abierta y dolorosa contra formas fundamentales de opresión sexual social.

Todo esto no significa, según Rich, que la heterosexualidad en sí sea necesariamente opresiva; pero sí lo es su obligatoriedad social y políticamente sustentada. De ahí que la heterosexualidad y la maternidad deban reconocerse y estudiarse en tanto que instituciones políticas.

La mente heterosexual
La teórica lesbiana Monique Wittig va más allá: “la mente heterosexual no es capaz de imaginar una cultura, una sociedad en que la heterosexualidad no ordene, no sólo todas las relaciones humanas sino también la producción misma de conceptos y todos los procesos que eluden la conciencia”, dice.

Si la heterosexualidad es un sistema político obligatorio e impositivo, se explica entonces que la resistencia a la misma acarree castigos sociales muy severos. La violencia y la persecución a los disidentes sexuales a lo largo de la historia ha sido, por lo tanto, una violencia política. De ahí que la validación de la democracia en una sociedad dependa, entre otras cosas, del nivel de respeto y protección hacia las lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales.

Norma Mogrovejo, investigadora en la Universidad de la Ciudad de México y el Archivo Histórico Lésbico "Nancy Cárdenas", es la autora de Un amor que se atrevió a decir su nombre. La lucha de las lesbianas y su relación con los movimientos homosexual y feminista en América Latina.


Enlaces

Monique Wittig: La marca del género
Adrienne Rich: La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana (extractos)


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